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¡Yo soy la mujer del comandante! Reseña

  • Foto del escritor: Luis Alfredo Brambila Soto
    Luis Alfredo Brambila Soto
  • 31 mar 2023
  • 2 Min. de lectura



Los escritores latinoamericanos, que buscan retratar o narrar la realidad latinoamericana, se enfrentan –en muchos casos- a una paradoja. Su reto no consiste en ficcionar o en inventar historias atractivas o seductoras. Su reto está en lograr que aquello que describen o narran (basándose en la realidad) logre ser verosímil para el lector. Es decir, las cosas que suceden en nuestra realidad son tan increíbles y estrafalarias (muchas de ellas sobre todo terribles y lamentables) que si no se cuentan bien pueden pasar por una ocurrencia o una prerogullada creadas en medio de un delirio en tremens.


Por ejemplo, ¿cómo logras contar (y volver creíble) que una vicepresidenta de Nicaragua tapice su ciudad de árboles de la vida gastando más de 3.3 millones de dólares para proteger al país “de las malas vibras”? ¿o qué esa misma mujer prefiera declarar loca a su hija y desacreditarla con tal de que su esposo (el presidente Nicaragua) no perdiera el poder tras haber sido denunciada por su propia hija de haberla violado desde que tenía desde los 9 años?


Así es nuestra realidad: una especie de realismo mágico construida, pensada e imaginada por algún dios enfermo. ¡Yo soy la mujer del comandante¡ de Carlos Salinas Maldonado se suma a los testimonios de esta realidad casi inconcebible que padecemos (y que también hemos decidido).


Este libro, además de lograr contarnos lo que es casi incontable, es un testimonio vivo de porque debemos cuidar nuestras democracias y poner límites al poder. Es una muestra de como pueden torcerse las cosas para todos si nos volvemos tolerantes indolentes a los excesos de poder de nuestra clase política. Sucederá con nosotros (parafraseando a Niemöller) que si no decimos nada cuando vengan por los otros, y no decimos nada cuando empiecen a apoderarse de las instituciones y corromperlo todo, el día que toque que vengan a buscarnos a nosotros ya no va a venir nadie que pueda protestar o defendernos. Si callamos ante una injusticia y seguimos siendo indiferentes a lo que sucede en Nicaragua, tarde que temprano tendremos nosotros a nuestras propias Rosarios Murillos o Danieles Ortegas. En México vamos en ese camino.

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