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Trabajos de muerte | Columna de opinión por Alfredo Brambila

  • Foto del escritor: Luis Alfredo Brambila Soto
    Luis Alfredo Brambila Soto
  • 10 dic 2021
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 19 abr 2022


Dos noticias han acaparado los medios esta semana. Y en las dos estaban implicados jóvenes que murieron haciendo su trabajo. Un joven que trabajaba en una sucursal bancaria fue ultimado de un balazo al no poder abrir la bóveda del dinero en un banco. Otro murió (lo poco que se conoce) en un accidente con el elevador del restaurante donde trabajaba. No se saben muchos detalles y hasta el momento en que escribo esta nota no ha existido un pronunciamiento por parte de la empresa. Además de ser jóvenes y que murieron haciendo su trabajo este hecho tiene otras características comunes: sus condiciones laborales les ocasionaron la muerte y su vida (como la de todos los empleados) es menos importante que el dinero, las utilidades y la imagen de la empresa. Por un lado, los protocolos bancarios que impiden abrir la bóveda pase lo que pase. Y por otro, la falta de protocolos para cuidar la integridad y la salud de sus empleados. Estos hechos son nefastos. Deberían ser fuente de una indignación sin medida. Debería de provocarnos renunciar al consumo de esos lugares y a una demanda multitudinaria por justicia para las victimas y sus familias. Pero nada de eso sucedió y parece que no sucederá. Quienes tienen el poder de denunciarlos -como los medios de comunicación- cuidan los intereses de las empresas como si fueran los suyos. También estos hechos son una muestra de una realidad juvenil de la que poco se habla y no ocupa un espacio en las agendas gubernamentales ni políticas: las condiciones labores del sector juvenil. Para nuestra generación el trabajo ha mutado en funciones. Idealmente debería garantizarnos condiciones para poder crear un patrimonio e independizarnos del hogar paterno, pero hoy solo es un mecanismo para la sobrevivencia y la precariedad.  Nuestra generación ya no tiene el problema de la explotación laboral (como la tuvieron las generaciones anteriores) ahora tiene el problema de que ya no tiene siquiera la oportunidad para ser explotado, sino precarizado. Y esa precarización es tanta que terminan pagando con su vida. La indignación no llega. Parece que la tenemos reservada solo para cuando nos toque a nosotros. Mientras eso no suceda, nada más nos importa.

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