Reseña: Los Reyes del mambo tocan canciones de amor. | Óscar Hijuelos

César Castillo está en una habitación del hotel Esplendor induciéndose la muerte a sorbos. Ignoró todas las recomendaciones médicas que le advertían que el alcohol era igual a veneno para su cuerpo. Consiguió el suficiente vodka y se despidió uno a uno de los amigos que le quedaban y ninguno sospechó de la determinación que había tomado.

Podemos estar seguros que él, incluso antes –y sobre todo después-, de haber sido bautizado como el rey del mambo jamás imaginó que llegaría un momento en el que él estaría ahí rogando que llegara su final ¿cómo llegó César ahí? ¿cómo llegó el Rey del Mambo ahí?

Es claro que para llegar a algún lugar o para derrumbarse tuvo que haber un inicio o un primer paso donde algo iniciara a torcerse. En el caso del Rey del Mambo ¿el inicio de su torcedura fue su infancia en la que aprendió a recibir los golpes de su padre sin llorar? ¿en esa casa de la infancia de la que dijo “siempre me hacían sentir que no valía nada?”; ¿o fue en el momento dónde nació su fijación con la música y por la que estuvo dispuesto a convertirse en un mártir?; ¿en la necesidad de emigrar de Cuba a Nueva York con su hermano menor a cuestas y con el que compartiría la soledad?; ¿o su destino se fue torciendo con cada cuerpo de mujer que desnudaba y con la que se acostaba?

También podríamos pensar que todo estaba torcido desde antes y el dolor y la desgracia estuvieron siempre en su estirpe. Y como muestra está su hermano Néstor que no logró nunca ser feliz y encontró en una mujer la excusa perfecta para estar sufriendo de por vida.

A lo mejor Néstor y César encontraron en la música el medio para intentar exorcizar el dolor y la tragedia, y por eso Néstor supo componer ese bolero tan maravilloso Bella María de mi Alma que los catapultó a la fama y los puso en la televisión.

¿Será que Néstor, César y su estirpe si llevaban un trapo negro y pesado dentro así como lo dijo El Rey del Mambo?