Reseña del libro: ''Como polvo en el viento'' Autor: Leonardo Padura.
- Luis Alfredo Brambila Soto
- 27 ene 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 19 abr 2022

Reseña
Como polvo en el viento / Leonardo Padura
La misma vieja canción, solo una gota de agua en un mar inmenso. Todo lo que hacemos, se desmorona, aunque no queramos verlo.
Polvo en el viento, todo lo que somos es polvo en el viento.
Letra en español Dust in the wid-Kansas
Así como Zavalita, el trágico personaje de Conversación en la Catedral que repetidamente se preguntaba “¿en qué momento se jodió el Perú?” en como polvo en el viento los miembros de un autodenominado clan se cuestionaban individual y grupalmente: ¿qué nos pasó? ¿en qué momento nos jodimos?
El clan, un grupo de amigos, que en sus reuniones repetidamente sonó Kansas con dust in the wid estaba conformado por Horacio, un físico que le hubiera gustado ser filósofo; Elisa una mujer que hubiera querido ser cualquier cosa menos lo que era; Bernardo que de alcohólico empedernido pasó a ser un creyente; Clara, que toda su vida se dedicó a resistir despedidas y tragedias; Walter, pintor, espía y hasta traficante; Darío, un neurocirujano obsesionado con sus orígenes, su miseria y con borrar todo rastro del niño que fue y al que como castigo sentaban por horas desnudo en una banqueta y para lograrlo buscó siempre ser el mejor en todo; Irving, valiente y homosexual.
Todos, disímiles, pero miembros de una generación que creció escuchando que el socialismo y su consolidación lograría un paraíso terrenal. Además de escucharlo lo creyeron, pero a los que como cantó Ana Belén los mataba la estupidez de entregar un final distinto del que soñaron
Para ellos, como para la mayoría de los habitantes de Cuba el paraíso terminó transmutándose en un infierno. Primero porque el clan se vio diezmado y no resistió los embates de un ¿asesinato-suicidio? de uno de sus miembros; de la infidelidad que deparó en un embarazo y sobre el que la madre hizo creer a su esposo confesado estéril que su hijo era un milagro de Dios, pero que en una borrachera ella vomitó su embuste ante todos para después de eso huir y esfumarse, dejando a los sobrevivientes del clan con preguntas que los asediaron por décadas: ¿a dónde se fue? ¿tuvo siempre al hijo-hija? ¿se habrá matado?
Segundo. Las circunstancias los asfixiaron. La escasez y la precariedad se volvió su cotidianidad. Donde además de usar los condones como globos porque en la isla no había tales adornos, sus patios se volvieron criaderos de gallinas, conejos y hasta huertos porque era imposible poder comprar comida con sus sueldos. Sus títulos de informáticos, médicos o físicos de nada valían en un país donde el estado controlaba lo que podías gastar, creer y hasta comer, donde, además, sus raciones parecían una condena a muerte por hambre. No encontraron salida más que huir de su país y resignados a no poder volver.
Y como en todas las novelas de Padura el pasado siempre vuelve y tuerce el presente. Los miembros del clan que habían sobrevivido encontraron respuestas a las interrogantes sobre la desaparición de su amiga. Esto después de que una joven neoyorkina se enamorara de un cubano en una discoteca de New York. Mismo que le mostró el perfil de Facebook de su madre, y tras hablarle de los amigos de ella que vio habitar su casa durante toda su infancia le mostró una foto grupal, y donde ella se vio así misma dentro de la barriga de la que estaba segura era su madre. Tras eso empezó una pesquisa por la verdad, para después descubrir que su padre no era su padre, que su madre no era Loreta Fitzberg sino Elisa Correa y que escondía un pasado tan atroz que había huido del país pretendiendo olvidarlo.
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