¿Leer lo que sea es mejor que no leer?
- Luis Alfredo Brambila Soto
- 22 ene 2023
- 3 Min. de lectura

Pesa sobre los libros una especie de beatificación por la que se cree que un libro, simplemente por ser eso, un libro, es benéfico, síntoma y sinónimo de cosas buenas y loables.
Como si el empastado y armado o el mero sustantivo filtrara y eliminara todas aquellas ideas, estigmas, prejuicios que pueden ser contraproducentes para una persona que lo consume.
De esta creencia se desprenden las invitaciones a leer que nos dicen que hay que leer lo que sea, pero hay que leer. Idea ampliamente difundida en escuelas, editoriales y por supuesto por los influencers y booktobers que con el rollito de “no sean clasistas y dejen que la gente lea lo que quiera” o “todos los libros son magia” recomiendan cualquier lectura.
Pensar de esa manera es ignorar la historia misma de los libros, mutilarlos y reducirlos a un único fin.
El verbo máximo de nuestra civilización y que rige casi todo nuestro tiempo y decisiones es el entretenimiento. Buscamos siempre fuentes de entretenimiento y hemos convertido al arte en eso: una fuente de entretenimiento. Por eso, mientras un libro entretenga es bueno. Leer como sinónimo de entretener, pero no, leer no solo debe ser una fuente de placer, leer debe –en ocasiones- costar esfuerzo y significar un reto, como cuesta y significa cada cosa que vale la pena en este mundo.
Los libros son más que eso. Su condición de parias y enemigos ideológicos que les han ceñido por años todas las tiranías y dictaduras de la historia son una muestra clara de que los libros son más que un instrumento para el entretenimiento.
Más allá de los socorridos ejemplos de la Alemania Nazi que con su llegada al poder quemó y prohibió la reimpresión de 25 mil volúmenes por ser considerados “no arios”. La historia de América Latina está plagada de ejemplos de que los libros son un vehículo para conducir la formación de pueblos enteros. La Cuba castrista censuró a cientos de artistas y sus obras por considerarlos antirevolucionarios y creaciones propias de desviados ideológicos que no merecían ser leídos y representan un peligro para el surgimiento del hombre nuevo. Los colegios militares en Perú que prohibieron la lectura de la ciudad y los perros arguyendo que faltaban a la honorabilidad de la institución, cuando lo que hacía era evidenciar la corrupción y la violencia que imperaba dentro. En Nicaragua autores como Sergio Ramírez han sido censurados por considerarse obras enemigas del gobierno, cuando en realidad son obras que desnudaban al gobierno.
Un libro es un instrumento que te forma, pero que también te deforma. Que te puede empujar en cualquier dirección. Un libro vale por su contenido, no por el hecho de ser un libro.
Normalmente se aplaude que alguien empiece a leer, aunque inicie haciéndolo con títulos que pueden considerarse de poca o nula erudición, porque se cree que eventualmente transitará a buscar mejores lecturas, pero quien da esos aplausos es porque ve en ese que está leyendo a Yordi Rosado, Farid Dieck, Daniel Habif o Robert Kiyosakli su propia historia y experiencia pues el también inicio así. Ignora que no todos tienen la misma capacidad de discernimiento, ni el mismo compromiso con su formación y menos una formación previa que lo llevará a buscar mejores lecturas.
Como toda creación humana el libro puede ser un instrumento para la construcción o para la destrucción. Un libro equivocado en las manos y en la conciencia equivocada representa un peligro. Mi lucha leído por alguien sin discernimiento ni conocimiento de la historia puede hacer que nazca un nuevo fanático.
Normalmente en este debate siempre están los libros de autoayuda (que son de los más leídos en México) y son validados en función de que esa idea: hay que leer lo que sea, pero hay que leer. Generalmente los valida la gente que no los lee. Si los leyera alguien con discernimiento y con una experiencia lectora encontraría sentido en lo que dice Baricco: “estamos formando una civilización que no parece capaz de soportar la onda expansiva de la realidad (...) ¿no se acabará produciendo generaciones incapaces de resistir los reveses del destino o incluso la mera violencia inevitable de cualquier sino? A base de entrenar habilidades ligeras [el pensamiento mágico propio de los libros de autoayuda] —se empieza a pensar— estamos perdiendo la fuerza muscular necesaria para el cuerpo a cuerpo con la realidad”.
Quien valida todo tipo de lectura ignora la diversidad de contextos y realidades. Un joven de cualquier pueblo asediado por el atraso y el narcotráfico que lee a Roberto Kiyosaki por el que cree que solo decretándolo su realidad va a cambiar, sencillamente no va a estar mejor, ni será más consciente, ni encontrará más recursos que leyendo contarlo todo de Jeremias Gamboa, la ciudad y los perros de Vargas Llosa o Balún Canan de Rosario Castellanos.
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