La gran derrota
- Luis Alfredo Brambila Soto
- 10 oct 2022
- 2 Min. de lectura

Pertenezco a una generación que no se escandaliza, o que al menos no lo hace por aquello que sí debería. La imagen del narcotraficante, que sería por mucho tiempo uno de los más buscados del mundo, puesta como telón de fondo en la clausura de los festejos de aniversario de nuestra ciudad es motivo suficiente para escandalizarse, pero no, más bien es motivo de celebración.
El escándalo que debería surgir de una situación así no debe ser producto del puritanismo de quien rechaza el consumo de drogas, sino de la derrota cultural que significa ponerlo ahí. Gramsci, y muchos otros lo sabían, las transformaciones, revoluciones o apropiaciones se logran ahí: reproduciendo las ideas a través de los medios culturales y de poder.
El poder del narcotráfico no solo es económico, sino también –y por mucho- cultural, es decir se ofrece como un modelo de vida aceptado, aplaudido y celebrado desde los lugares donde debería repudiarse. Ya no hay rechazo a matar, envenenar, destrozar familias.
Hoy los narcocorridos y el estilo de vida que promueven se legitiman y reproducen desde el poder, con el dinero de todos y se ofrecen como eventos estelares-familiares. El Gobierno de Sinaloa invitó al cantante Eden Muñoz al grito de independencia, él hizo su fama como solista de Calibre 50 una agrupación que se tituló así en honor al arma Barret Calibre 50, misma arma que traían empotradas en camionetas los sicarios que ocuparon las calles de Culiacán en el imborrable jueves negro.
No hace mucho la jefa de gobierno de la Ciudad de México entregó las llaves de la capital del país a Grupo Firme, agrupación que entre sus composiciones más famosas tiene una que dice: “fue lluvia de balas (…) se fue la pantera muy a la mala cuarenta balas no eran nada para el miedo que le cargaban”.
El razonamiento que lleva a este tipo de invitaciones por parte de nuestros gobernantes es el de que no importa a quien le cantes, elogies o alabes, me importa que seas popular y me hagas popular a mí.
Y cuando son increpadas por este tipo de difusión y apoyo hacia estos contenidos musicales abogan siempre que ellos respetan la libertad de expresión, pero pertenecen a uno de los gobiernos que menos ha protegido a los periodistas y en el que han asesinado al menos 35 en los últimos 3 años.
No se puede desestimar el poder y la influencia que tienen este tipo de manifestaciones. Son como pequeñas dosis de arsénico que nos tragamos inadvertidamente y que aparentemente no tienen ningún efecto, pero con el paso del tiempo aparecen las secuelas del veneno. Ahora nuestras autoridades nos están suministrando ese arsénico.Esa es, sin duda, la gran derrota.
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