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Instituto Nacional de Migra(crema)ción | columna por Alfredo Brambila

  • Foto del escritor: Luis Alfredo Brambila Soto
    Luis Alfredo Brambila Soto
  • 1 abr 2023
  • 2 Min. de lectura

Murieron quemados 39 centroamericanos el pasado 28 de marzo en un centro de detención del Instituto Nacional de Migración (o de cremación) en Ciudad Juárez. México se ha convertido en una sucursal del infierno para muchos sectores. Lo ha sido para los migrantes que literalmente ardieron aquí como si estuvieran en el mismo infierno.

Las atrocidades e incongruencias de este hecho son diversas y numerosas. En primera instancia debemos preguntarnos ¿qué hacían los migrantes detenidos? ¿por qué recibían un trato de criminales?

Todos ellos estaban huyendo de la realidad en sus países: violencia, desempleo, miseria,

narcotráfico inflación y toda la serie de fenómenos que se presentan en los países

centroamericanos. Esas desgracias son producto de la corrupción y el desprecio por la

vida humana de sus gobiernos y dictadores. Muchos de ellos han sido celebrados y

cobijados por México: tuvimos a Maduro como invitado de honor; guardamos silencio y no

condenamos que el dictador Ortega de Nicaragua retirara la nacionalidad a 120 guatemaltecos por considerarse opositores al gobierno; entregamos a Díaz-Canel la condecoración de la orden mexicana del Águila Azteca.

Andrés Manuel López Obrador llegó al poder después de un campaña electoral en la que

condenó el trato que Trumpo dispensó a los migrantes mexicanos llamándolos traficantes o

violadores. Así como las deportaciones masivas que la administración de Trump hacía, pero

ahora en el poder Andrés Manuel se olvidó de ese Andrés Manuel y en su lugar hoy está

una versión tropicalizada –y radicalizada- de un Donald Trump mexicano. Su desprecio

por la vida humana de los migrantes es evidente y equiparable al desprecio de Trump por los mexicanos.

También, como cada desgracia que sucede en esta administración federal nunca hay

responsables y lejos de reconocer los errores asumen siempre una narrativa victimista.


Culparon –como siempre- a la prensa amarillista y a los migrantes por manifestarse, pero esta situación tiene un añadido que debe preocuparnos: la responsabilidad se reparte entre dos secretarios, Adán Augusto y Marcelo Ebrard, ninguno la asume, y justamente ellos son dos de los tres presidenciables. ¿Podemos considerarlo un presagio de lo que nos espera?

O si nos vamos a considerarlo así ¿por lo menos podríamos considerar la muerte de los

migrantes cómo una atrocidad? ¿cómo un hecho que debe avergonzarnos? ¿por lo menos

podríamos empezar a preocuparnos de cómo se están torciendo nuestras instituciones al

punto de tolerar, permitir y propiciar este tipo de atrocidades?

 
 
 

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